Por Gustavo Gordillo*
El fuego graneado que los medios y los jueces más chiquitos vienen sosteniendo contra los intereses del país consiguió por fin el titular que tantas veces anhelaron publicar. Eso sí: el costo fue acorde a la magnitud del deseo.
Porque es sabido que si el precio de nada es nada, el precio de “TODO” –y hace 12 años que la totalidad, para dueños de la Argentina y sus amanuenses, es la actual vicepresidenta- es TODO.
El fallo (ridículo, maloliente y sin sustancia probatoria) que perseguían tenía dos ítems fundamentales: lograr el desprestigio de Cristina Fernández y (last but not least) sacarla de la carrera electoral.
De confirmarse la sentencia, el resultado terminará siendo mity y mity: la sacan de la carrera electoral, pero el desprestigio brutal, la mofa, la conversión en meme, se lo quedan ellos. Tal vez Cristina no pueda presentarse este año entrante, pero los fiscales y jueces que la condenaron quedarán como impresentables para siempre.
Aun los que festejaron ante el fallo en primera instancia SABEN que no fue producto de un incansable y laborioso proceso probatorio de parte de un sistema judicial riguroso e implacable, sino más bien las heces de un contubernio hediondo, de una acordada entre canallas, de una conspiración entre juerguistas zafios.
El precio, entonces, fue TODO. Quedó demostrado que la desconfianza que tenía gran parte de la sociedad argentina sobre la institución judicial es en realidad compartida por todos y todas quienes habitan en suelo argentino.
¿Cómo queda una sociedad donde NADIE –ni propios ni ajenos- cree en su Justicia, en su “sistema judicial”?
Los institucionalistas se rasgarían las vestiduras ante este enunciado. El resto, no.
Porque da la casualidad –histórica, documentada, persistente- que “los institucionalistas” fueron siempre los dueños de la Argentina y/o sus amanuenses.
Habrá que ver cómo sigue: el último bondi de la dignidad ya se les fue.
*Periodista, guionista y docente universitario.

Comments