Por Carolina Quiroga
Las sombras
deja que esta noche llegue hasta el borde del agua
deja que la sombra oculte poco a poco el mar
él no interrumpe su ronda
no hace pausas en su camino y sigue cantando en tu corazón
deja que esta noche sorprenda nuestro eco
y la tierra firma de tu alma
si miras mejor las sombras perderán su equilibrio
se abrirán en claridades y el agua volverá a su cauce
si miras mucho ellas rasgarán sus entrañas
y el alba saldrá del mar
para tendernos una mano mojada
y un silbido largo y limpio
entonces podremos andar por los atajos y los montes
hasta la noche siguiente
hasta que se acerquen otra vez los bordes del agua
los lindes del espejo y de la luna.
Edgar Bayley, Buenos Aires (1929-1990)
De La vigilia y el viaje (1955)

Poema para mi soledad y el viento
Cuando salgo a caminar de noche por la calle
y los zapatos y las sombras van cayendo entre mis piernas
como en un abismo
el viento que ya montaba potros de espumas
sobre el planeta virgen, me pega en la cara
con un polen de escamas
que murmuran desde el río.
Ese viento digo
el mismo que retrae mis huesos
más allá aún
de los conquistadores que habitaron mi forma
me recuerda que esculpí una gruta de milenios
junto al sonido gutural y lunario de mi partícula ascendente.
Embrión de siglos, el viento,
me busca para huir rompiendo los espejos
y encontrarme otra vez con la noche, los zapatos y mi sombra.
Pedro Salinas, San Nicolás de los Arroyos (1938-2021)
Del libro Poemas, Athal, San Nicolás de los Arroyos, 2015.

LVI
El que se lleva su tierra
No llega nunca
Ebria de biología
entre los estertores de la galaxia
era el único planeta que cantaba.
cantaba con las aves, las cigarras, los jaguares
con arboledas y vientos forajidos
con lluvias olvidadizas
y nubes desesperanzadas.
Con el trueno y su mausoleo,
con los ríos,
con el trémulo desierto,
con todo lo que la nieve calla.
Ella misma era la niña de sus ojos
yéndose
como un aguaviva
bajo la sombrilla de la atmósfera.
Ahora va a desterrarse la manada.
La manada murciélaga con su carga de almas
se va a la luna, a sus mares mudos
y a la cólera de Marte.
Lleva como siempre
el Jesús en la boca
la parálisis de la geometría,
la razón y su emboscada
una bala
y una semilla.
Dicen que hay allí
un silencio más grande que la vida.
El polvo no olvida al polvo.
No canta la manada.
Leopoldo Teuco Castilla, Salta, 1947.
Del libro Manada, El Mono Armado, Buenos Aires, 2009.
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