En el día mundial de la poesía El Verso comparte seis poemas nacidos de la pluma de seis inmensos poetas argentinos.
NOCTURNO En el gastado corazón del Tiempo se clavan las agujas de todos los cuadrantes. Hay un pavor de soles que naufragan sin ruido: la noche se cansé de enterrar a sus mundos. ¡Llora por los relojes que no saben dormir! Las campanas se niegan a morder el silencio. Tras un rebaño do horas gastaron sus colmillos de bronce las campanas... ¡Ahora comprendo el viaje de tus cosas! El sol ya no quería romperse en tus banderas. Para mullir tu fuga, en el camino, se desplumaron todas las águilas del viento. Tus pasos clavetean un gran tapiz de lejanía... Son pájaros furtivos tus recuerdos: amaban grandes ríos arbolados de muerte.
¡Estuche de palabras donde guardar el roto muñeco de los años! Nuestras anclas no muerden el fondo de las horas. Los péndulos cabeceantes dibujan negativas en la noche. ¡Tierra que nunca se gastó en mis pasos! ¿Qué historia contaremos a los días? ¿Cómo arriar el velamen de las mañanas, ávido remero? ¡Todo está bien, ya soy un poco dios en esta soledad, con este orgullo de hombre que ha tendido a las cosas una ballesta de palabras! Leopoldo Marechal
TROVA FINAL No por este de mí que es sol y libertad, te pido; no por este de alcurnia real que al primer llanto con un retozo de ala responderá al minuto. Sino por este otro que hiciste a la medida del cántaro para llevarle; sino por este otro que hiciste a la medida de lo común, bastardo, sin asidero, solo, comida de la sombra, goce de larvas y lemures. Este de mí, malsano, herido y maculado que en la oquedad de un pozo desecharán los hombres. Aurora Venturini
TU ROSTRO Tu Rostro como sangre muy oscura en un plato de tropa, entre cocinas frías y bajo un sol de nieve; Tu Rostro como una conversación entre colmenas con vértigo en la llanura del verano; Tu Rostro como sombra verde y negra con balidos muy cerca de mi aliento y mi revólver; Tu Rostro como sombra verde y negra que desciende al galope, cada tarde, desde una pampa a dos mil metros sobre el nivel del mar; Tu Rostro como arroyos de violetas cayendo lentamente desde gallos de riña; Tu Rostro como arroyos de violetas que empapan de vitrales a un hospital sobre un barranco. Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de nave en nave: Obsesivo verano de fotógrafo en fotógrafo, ojos de Arponero que rayan lo que miran. Ser de avenidas verticales que jamás fue azotado. Héctor Viel Temperley
HUMILDAD Yo he sido aquella que paseó orgullosa El oro falso de unas cuantas rimas Sobre su espalda, y se creyó gloriosa, De cosechas opimas. Ten paciencia, mujer que eres oscura: Algún día, la Forma Destructora Que todo lo devora, Borrará mi figura. Se bajará a mis libros, ya amarillos, Y alzándola en sus dedos, los carrillos Ligeramente inflados, con un modo De gran señor a quien lo aburre todo, De un cansado soplido Me aventará al olvido. Peso ancestral Tú me dijiste: no lloró mi padre; Tú me dijiste: no lloró mi abuelo; No han llorado los hombres de mi raza, Eran de acero. Así diciendo te brotó una lágrima Y me cayó en la boca... más veneno: Yo no he bebido nunca en otro vaso Así pequeño. Débil mujer, pobre mujer que entiende, Dolor de siglos conocí al beberlo: Oh, el alma mía soportar no puede Todo su peso. Alfonsina Storni
COMO REINA QUE ACABA Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida monarquía así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo detonar o esparcirse —como reina que abdica— y prendió sus pezones como faros de un vendaval confuso, interminable, como sargazos donde se ciñen las marismas Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más la certidumbre de extinción de extinción como un incendio como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de un nimbo que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más que éste sea un sol, y no amanezca y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas (Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece) Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie, yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que pudiera organizar los sismos Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire caliente del desierto, sus hélices resecas. Néstor Perlongher
AQUÍ ESTAN TUS RECUERDOS Aquí están tus recuerdos: este leve polvillo de violetas cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas; tu nombre, el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras; el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio; mi infancia, tan cercana, en el mismo jardín donde la hierba canta todavía y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí, entre los matorrales de la sombra. Todo siempre es igual. Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro: todo siempre es igual. Aquí están tus dominios, pálido adolescente: la húmeda llanura para tus pies furtivos, la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer, las antiguas leyendas, la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto. -¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo! ¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos! Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo tan deslumbrante y claro. ¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo, por algún paisaje que he querido? ¿Recuerdas todavía la nevada? ¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes, tu morada de hierros y de flores! Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo, extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados, tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!, la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas. Espera, espera, corazón mío: no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente. Otra vez, otra vez, corazón mío: el roce inconfundible de la arena en la verja, el grito de la abuela, la misma soledad, la no mentida, y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer. Olga Orozco


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