Por Luis Gotte

La historia de Argentina parece condenada a ciclos en los que viejos fantasmas resurgen bajo nuevos ropajes. Hoy, uno de esos espectros vuelve a recorrer el país: el mesianismo político encarnado en "las fuerzas del cielo", un grupo de choque que, bajo la apariencia de salvadores, busca acallar la disidencia, persiguiendo a quienes se atreven a denunciar las nuevas formas de colonialismo. Autodenominados como "los elegidos", salido de la billetera pública de Santiago Caputo y un ex-operador kirchnerista, proclaman su misión de transformar a la Argentina en una potencia que durará mil años. Este relato mesiánico, teñido de autoritarismo, evoca reminiscencias peligrosas que ya hemos visto, tanto en el escenario europeo de la década del '30 como en la Argentina de los años 70.
El peligro de tales grupos radica en su estrategia de intolerancia, en su obsesión por eliminar cualquier forma de oposición mediante métodos de persecución que recuerdan al macartismo más rancio. La disidencia, en todas sus formas, es vista como una amenaza a su proyecto totalizador. Estos grupos surgen en contextos de crisis y promesas incumplidas, donde la desesperación y la desilusión se convierten en terreno fértil para discursos que prometen la redención nacional a través del orden, la fuerza y la sumisión.
El auge de "Las Fuerzas del Cielo" y su discurso mesiánico se produce en un contexto de agotamiento social, político y económico. La historia reciente de Argentina está marcada por sucesivos fracasos en la consolidación de proyectos políticos. La "Coordinadora" de los años 80, creyéndose el Tercer Movimiento, sucumbió ante el desastre económico. Más tarde, la aristocracia menemista, que prometía modernidad, no tardó en convertirse en una casta que replicaba los vicios de las viejas oligarquías. De manera similar, la Cámpora kirchnerista, que en su origen se presentó como algo diferente, acabó emulando los peores tics de las élites aburguesadas, consolidando prácticas de privilegio en lugar de ofrecer una transformación genuina.

Ahora, en el presente, aparece el viejo fantasma: los libertarios colonialistas. Con un discurso radicalizado que promete barrer con lo "viejo" para instaurar una Argentina libre de regulaciones y ataduras, proponen, en realidad, un nuevo tipo de sometimiento a poderes externos disfrazado de liberalismo extremo. Este proyecto, lejos de promover una emancipación, busca consolidar formas de dependencia económica y política bajo la bandera de la libertad.
El peligro del mesianismo radica en su capacidad de seducir a los trabajadores cansados, en su promesa de redención total que, en el fondo, siempre termina devorando a sus seguidores. La historia nos ha enseñado, desde Europa en el 30 hasta la Argentina de los 70, que detrás del mesianismo solo hay control, sometimiento y ruina. El desafío para Argentina no es caer en las redes de un falso salvador, sino construir un proyecto de nación basado en la solidaridad, el diálogo y la memoria, sin repetir los errores que tantos costos han tenido para nuestro pueblo.
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