Por Gastón Boco*

La Argentina transita una nueva crisis, una más, tanto económica como de representación política. Y es en esos momentos críticos donde se pueden apreciar sin velos los fundamentos ideológicos de una sociedad.
Me gusta recordar siempre que en la elección presidencial de 2003 la opción liberal llevó dos candidatos: Menem y López Murphy. Entre los dos sumaron 41% de los votos. El liberalismo económico había mostrado su fracaso hacía apenas un año y pocos meses, en diciembre de 2001, luego de una larga agonía. No obstante, persistía un sustrato liberal de grandes proporciones en la sociedad. Resulta provechoso recordar esto para evitar la sorpresa sobre la emergencia de Javier Milei, un personaje muy menor, como lo fue Bolsonaro en Brasil (rápidamente olvidado luego del fracaso de su gobierno) que viene a representar de una forma novedosa a ese sustrato liberal que persiste.
El liberalismo es un sistema de creencias sin sustento fáctico, a partir de teorizaciones que dan respuesta a todos los problemas sociales, como sucede con el marxismo. En uno y otro caso, marxismo y liberalismo, las teorizaciones se centran en la materialidad y definen un ser humano sin espíritu, sin Patria, cuya única bandera es la teoría como revelación y verdad. Los dos, también, son profundamente globalistas. No podría ser de otro modo. En uno y otro caso el final es la sociedad sin Estado.
Tampoco es novedosa la fuerte filiación juvenil a teorías maximalistas desde un fanatismo acrítico. Durante los años setenta en la Argentina, jóvenes fuertemente influidos por el marxismo, menores de 25 años, hartos ya del sistema político tal como se presentaba, optaron por la toma del poder por todos los medios posibles, discutiendo incluso la autoridad del único líder y conductor que tuvo el Pueblo argentino. Ese intento no terminó bien, como suele pasar con el desvarío y la ingenuidad de la adolescencia, siempre plagada de buenas intenciones. Ahora parece ser el turno de los jóvenes liberales, quienes cautivados por un viejo canto de sirenas creen que pueden gobernar y, como suele decir el Turco Asís, quizá tengan su posibilidad de fracasar.
El problema, en uno y otro caso, es el abismo al que se llevó y se puede llevar a la sociedad argentina, ya de por sí golpeada desde hace años, bullyingneada (si se me permite el neologismo), frustrada, sometida a la burla, muy parecida por cierto a la historia de vida de Javier Milei. Cuando hay un emergente, es porque una parte de la sociedad se le parece.
Pero por qué decimos que se caen las máscaras. Porque por primera vez se ve claramente una dicotomía que estaba disimulada, obturada o al menos se presentaba confusa. El verdadero adversario del peronismo no es ni el radicalismo, ni el socialismo, ni el macrismo (que ya no existe), es el liberalismo económico.
Cuando se derrocó el gobierno democrático en 1976, el golpe de Estado se hizo para imponer el liberalismo económico. Se mató, se torturó, se violó, se desapareció, se tiró gente viva al mar, se robaron hijos, hijas, nietos y nietas, se perpetuó un plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio para imponer el liberalismo económico. Cuando la llamada “revolución libertadora” dio el golpe de Estado en 1955 contra otro gobierno democrático y constitucional, luego de haber masacrado a su propio pueblo bombardeando la Plaza de Mayo, lo hizo, como bien marca su nombre, para imponer el liberalismo económico. Y no es en vano remarcar el carácter económico de los liberales argentinos, porque siempre que impusieron el liberalismo económico fue a costa de restringir las libertades individuales, o sea, a costa del liberalismo político, liberalismo del cual, por cierto, es hijo también el peronismo y todo el sistema político moderno.

Llegamos entonces a la profundidad de la cuestión. La verdadera lucha política en argentina se da entre el peronismo y el liberalismo. Que esto quede revelado constituye, a mi juicio, un avance en términos democráticos. Un avance que trae, como no, peligros. Porque la democracia argentina no ha sido nunca una democracia de baja intensidad.
A diferencia del liberalismo y el marxismo que tiene un cuerpo dogmático impenetrable, el peronismo tiene la riqueza de la flexibilidad, la virtud de la contradicción y el sincretismo ideológico. Ni de izquierda ni de derecha, porque las ideas propias, nacionales, no pueden sucumbir a categorías importadas que sirven para explicar otras realidades, el peronismo debe volver a ser la opción del pueblo argentino. Para eso deberá esforzarse en la construcción de una nueva mística, que rescate la lucha, la sangre, el sudor y las lágrimas con las que el pueblo supo conquistar sus derechos hoy amenazados. No es fácil. Pero no es imposible.
PERO (significado) Conjunción: “Introduce una circunstancia que matiza, se opone o contradice parcialmente lo dicho o lo que ello permite deducir o suponer”. La definición de PERO nos permite jugar con las palabras. Si eso es pero, lo mismo pero agigantado es PERON. Porque si algo tenía de genial Perón, era la capacidad de decir a la vez, en un estilo borgeano, una cosa y su contrario. Un pero grande, un “Perón”.
Por eso fracasó la alternativa cristinista de querer vaciar al peronismo de contradicción y transformarlo en un partido de centro izquierda. Por eso es necesario reconstruir un peronismo que no sea ni de izquierda ni de derecha. Y por supuesto no esconderlo, sino sacarlo a relucir en toda su capacidad, inmensidad y capilaridad social. Que no haya habido un gran acto el pasado 17 de octubre es una mala señal.
Cerramos así: está difícil la cosa… Pero… ¡Perón!
*Sociólogo
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