“Afrontarse explícitamente con los adversarios me parece mucho mejor que confrontarme secretamente conmigo mismo”
En esta nueva entrega de Documentos compartiremos una entrevista realizada al crítico literario, licenciado en Letras, escritor y guionista David Viñas. En esta entrevista Viñas pone su aguda mirada sobre la crítica literaria y cinematográfica que llevan a cabo los representantes de la cultura oficial de la época (La Nación, La Prensa). La entrevista fue publicada en el N°2 de la revista El Grillo de Papel en diciembre/enero de 1960. Esta publicación, dirigida por el escritor Abelardo Castillo y por el psicoanalista y escritor Arnoldo Liberman, tuvo una escasa duración, sólo salió durante un año. Sin embargo se trasformó en la revista cultural que aglutinó a los nuevos escritores, poetas, dramaturgos y cineastas de la época.
Preguntas concretas a DAVID VIÑAS 1.- ¿Qué opina de la crítica cinematográfica argentina?
Que se parece bastante a lo que, dentro de la crítica literaria represento, por ejemplo, un Pagés Larraya: muchas fichas, cataratas de datos, apasionamiento por lo nimio (ya se trate, correspondientemente de saber si fue Maucci o Meon el editor de la inolvidable Mecha Iturbe, o si el peinador de Amanece era Lacombe o Melchior), devoción acrítica por todo lo que huela a erudición, beatería frente a “Cahiers du cinéma” o “Films and filmings”. En síntesis: tendencia general hacia una crítica dogmática que por momentos oscila entre la crítica de detalle y la crítica de errores, pero que muy pocas veces se orienta hacia una crítica de interpretación. Me animaría a decir más: por sus características más destacadas —pluralismo y falta de síntesis— nuestra crítica de cine —aún la de izquierda— parece de derecha.
2.- ¿Por qué dijo usted que ciertos críticos eran unos fracasados?
Por su falta de arrojo. Y quiero ser muy claro: si un hombre, y mucho más un hombre joven en la situación actual de nuestra comunidad, acepta ser redactor de “La Nación” o “La Prensa” (para tomar los ejemplos más notorios), en una forma tácita pero indudable demuestra que se siente un fracasado. Resuelve su vida como garantía y acumulación y no como una consumación. Toma el mundo como una cosa dada y se resigna a “la Argentina de sus mayores”. Es decir, se muestra como un tipo que incapaz de inventar su propia vida prefiere acogerse a esa jubilación adelantada que es ir todos los días a confeccionar columnitas de palabras en la calle San Martín o en Avenida de Mayo. Y una vez allí calcular cuáles adjetivos serán aprobados por el señor Valmaggia, por la señora de Drago o por las almas bellas que leen esos diarios para atiborrarse de ideas, defunciones, espiritualismo y anécdotas sobre los príncipes populares y amenos, o bien de apotegmas emitidos por Monseñor de Andrea o por cualquier teniente coronel “resuelto a pisar fuerte”. Miedo tienen esos críticos, de eso se trata. Mejor aún: son hombres jóvenes que no siendo capaces de vivir y sobrevivir en pugna con ese miedo, se han canjeado por las certezas que les pueden dar esas estructuras periodísticas con olor a fin de mundo.
3.- ¿Pero no cree usted que la crítica, mientras sea veraz, se puede hacer en cualquier lado?
No nos engañemos ni perdamos tiempo: ya en 1927 se vio con toda claridad qué le puede ocurrir a un escritor que pretende decir algo que no esté dentro del catecismo de esos diarios: a causa de un cuento publicado en “La Nación” por Leumann (que no era precisamente un discípulo de Rimbaud o de Marx), Fray José María Bottaro, arzobispo de Buenos Aires y la Liga Argentina de Damas Católicas exigieron o Jorge Mitre que lo eliminara. Leumann fue eliminado del diario. Y el suplemento literario del domingo siguiente —en desagravio— publicó “una delicada poesía a Nuestra Madre Santísima”. Y esto no es una anécdota, sino el punto de referencia de todo un sistema, que si en esos años acababa de descubrir que era mortal, hoy demuestra día a día que la muerte le provoca terror (chillando histéricamente; ¡marxismo, marxismo! aún delante de los más modestos proyectos de expropiación agraria). Correlativamente, si en el suplemento de los domingos Nicolás Coccaro o Francisco Luis Bernárdez publican sus certeros poemas a la virgen del calendario o H. A. Murena acumula sus reflexiones metahistóricas o Julián Marías sus bocadillos idealistas, en la página de cine Tomás Eloy Martínez o Ernesto Schóo ponen los ojos en blanco frente a todo lo que les suene a ironía, “vida interior” o misticismo, colocando en un mismo plano el Chaves de Mallea y el Martín Fierro, a la vez que se hacen los locos con modestas películas de origen mexicano. O lo que es más significativo, empiezan a anexarse el anarquismo literario de un Roberto Arlt o un Macedonio Fernández demostrando así su indulgencia con las rebeldías individuales.
4.- ¿No le parece que su tono pude ser tomado como una reacción personal extraartística?
No puedo menos de personalizar, porque si me limitase a hablar de “la crítica argentina” me quedaría en el plano de la abstracción. Si, en cambio, digo “La Nación” “La Prensa”, “La Razón”, o fulano, mengano y zutano, pongo las cosas a foco. Y como todas las opiniones en nuestro país —salvo excepciones muy contadas— adolecen de vaguedad, me esfuerzo en aclarar. Y como muchos creen que nombrando se santifica y deliberadamente omiten nombres, prefiero subrayar. Afrontarse explícitamente con los adversarios me parece mucho mejor que confrontarme secretamente conmigo mismo. Al fin de cuentas “el argentino silencioso” de Mallea o el “teatro del silencio” de Murena responden a la misma coartada que los “silencios decretados” por los Mitre.
5.- ¿Le dolieron las críticas a “El candidato”?
¡Cómo no me iban a doler! Si la fe se experimenta en la angustia.
6.- ¿Su actitud beligerante frente a la crítica de cine, está condicionada por esa reacción?
Sí. Sin duda alguna. Pero los críticos no hicieron más que actualizar lo que pensaba de ellos mucho antes: los errores en que incurrieron ahora para negar al “Candidato” son simétricos a los que cometieron para elogiar al “Jefe”: garrulería erudita, corazonadas, tecnicismo, ingenio, condescendencia, generosidad o la cuota de terrorismo que se toleran, bonachonería, imbecilidad, pero interpretación: nada.
7.- ¿Nada?
Hablo especialmente de la llamada “prensa seria”.
8.- ¿Y al margen de los grandes diarios, qué nos puede decir de la crítica?
Empecé por ellos porque, lamentablemente, siento que todavía la Argentina es el país de “La Nación” y “La Prensa”: somos juzgados por esos diarios, somos vistos por ellos y nos ven a través de ellos, y si desaparecieran muchos sentirían que dejamos de existir. Otras cosas menores llegan a lo grotesco: un señor Montes, que escribe en las deslumbrantes páginas de “Atlántida” mezclado entre fotos de jóvenes racés y de recetas sabias, con motivo del cine farfulla contra Grosso y preconiza la lectura de la historia argentina de Abelardo Ramos. Es decir, cree seriamente en la seriedad de Ramos y en el derecho a tener autoridad escribiendo desde “Atlántida”. Realmente un esforzado francotirador que se empeña en conseguirse una buena conciencia. Algo así como hacerse el malo en una reunión de sacristanes.
9.- ¿Y de los creadores, de Torre Nilsson, por ejemplo?
Creo que tiene talento y voluntad, y si a eso se le suma la ventaja de ser despiadado con sus colegas, puede hacer cosas muy serias. Pero sólo cuando, además, sea capaz con sus obras de provocar entre la crítica bienpensante (nuevamente “Nación” y “Prensa” dan la pauta) una reacción que se corresponda con sus propias declaraciones revolucionarias hechas en revistas de izquierda de escasa difusión: cuando muestre los fundamentos de Barceló y no solamente su anécdota, cuando vaya a las raíces de lo que envilece la industria cinematográfica, cuando no quiera hacer a la vez cine negro, cine populista y cine “democrático”. En fin, cuando muestre lo que muchos sabemos y que aún está en el aire. O lo que es lo mismo: cuando adviertan que se trata de un auténtico agitador de ideas y no de un rebelde de vidriera (corriendo el riesgo de ser anexado como un Quiroga, un Arlt o un Macedonio Fernández).
10.- ¿Y de los cortometrajistas?
—Salvo muy pocas cosas (“Buenos Aires” de Kohon, “Tire dié” de Birri y algo más que se me escapa), no creo que pase nada mientras se dediquen a torcer la cámara para sentirse audaces a la hora del té o a filmar sus innocuos sueños infantiles, adolescentes o alegóricos. Porque además de una cámara (y esto da vergüenza decirlo) hay que tener algo que decir y animarse a hacerlo.
11.- ¿Qué errores podría señalarle a “El Candidato?
Muchos, más de lo que usted puede suponer, pero los interpretaría como el producto de la imperfecta colaboración entre un liberal de centro como es Ayala y un hombre de izquierda, que soy yo.

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